El golpeador como padre

 

Por Lundy Bancroft
copyright 2002

 

traducción copyright 2009 Susana Tesone www.asapmi.org.ar

**** La Asociación Argentina de Prevención de Maltrato Infanto-Juvenil (ASAPMI) proveyó esta traducción del artículo “The Batterer as Parent,” citada abajo. Por favor visite www.asapmi.org.ar para aprender más sobre ASAPMI.

Bancroft, L. (Invierno 2002). “The batterer as a parent”. Synergy, 6(1), 6-8. (Newsletter of the National Council of Juvenile and Family Court Judges)

La investigación sobre la exposición de los niños a la violencia doméstica se ha enfocado básicamente en dos aspectos de su experiencia: el trauma resultante de presenciar los ataques físicos hacia su madre, y la tensión producida por vivir con un alto nivel de conflicto entre sus padres.[1] Sin embargo, estos son sólo dos elementos de un problema mucho más profundo que impregna la vida cotidiana de estos niños: que estén viviendo con un golpeador. El paternaje de los hombres golpeadores expone a los niños a múltiples fuentes potenciales de daño emocional y físico, la mayor parte de las cuales no ha sido reconocida como corresponde.

Este artículo examina las características de los hombres que golpean e identifica las formas en que estas características influyen sobre su habilidad para paternar apropiadamente. Además, el artículo abordará las implicaciones que tiene dicho paternaje para las decisiones sobre custodia y protección infantil.

Características de los hombres que golpean/golpeadores

 

La mayor parte de las características que son típicas de los hombres golpeadores tienen ramificaciones potenciales para los niños/hijos en el hogar. Por lo común, los golpeadores tienden a una crianza autoritaria, negligente, y verbalmente abusiva.[2] Los efectos de estas y otras debilidades de paternaje pueden verse intensificadas por la experiencia traumática previa de estos niños de presenciar la violencia.[3] Consideremos la siguiente selección de ejemplos de características de los hombres que golpean:

Control: La coerción es ampliamente reconocida como una cualidad central de los hombres golpeadores,[4] y una de las áreas más fuertemente controladas por los hombres golpeadores es el maternaje de la madre. Un hombre que golpea puede producir la interrupción del embarazo de su pareja, rechazar sus decisiones en la crianza, o atacarla cuando él está enojado por el comportamiento de sus hijos. Las mujeres golpeadas sienten mucho más probablemente que otras madres que tienen que cambiar su forma de crianza cuando sus parejas están presentes.[5]

Sentirse con derecho a: Un hombre que golpea se considera con derecho a un estatus especial dentro de la familia, con el derecho a usar la violencia cuando lo estima necesario.[6] Esta perspectiva de sentir que tiene derecho a, puede conducirlo a comportarse en forma egoísta y centrada en sí mismo. Por ejemplo, puede tener un acceso de ira o de violencia cuando siente que su pareja le presta más atención a los niños que a él. En ese clima, es difícil para los niños satisfacer sus necesidades y se tornan vulnerables a la reversión de los roles, cuando se les hace sentir responsables de tener que cuidar al padre golpeador.

Posesividad: Se ha observado que los hombres golpeadores consideran con frecuencia a sus parejas como objetos de su propiedad.[7] Algunas veces este punto de vista puede extenderse a los niños, dando cuenta en parte de los dramáticamente elevados índices de abuso físico[8] y sexual[9] de los niños perpetrados por los golpeadores, y por el hecho de que estos hombres piden la custodia de sus hijos con más frecuencia de lo que lo hacen los padres no golpeadores.[10]

Otras características que pueden tener un impacto importante en los niños incluyen manipulación, negación y minimización del abuso, golpes en relaciones múltiples, y resistencia al cambio.

La influencia del apaleamiento en el paternaje

 

Las características discutidas influyen el paternaje de los hombres que golpean y tienen un impacto negativo en los niños por:

  • crear modelos de rol que perpetúan la violencia
  • minar la autoridad de la madre
  • tomar represalias contra la madre por sus esfuerzos para proteger a los hijos
  • generar divisiones dentro de la familia
  • usar a los hijos como armas en contra de la madre

 

Crear modelos de rol que perpetúan la violencia: Los niños varones expuestos a violencia doméstica exhiben índices dramáticamente elevados de violencia con sus propias parejas como adolescentes o adultos.[11] La investigación sugiere que esta conexión tiene más que ver con el resultado de los valores y actitudes que los varones aprenden por presenciar la conducta violenta, que del trauma emocional de ser expuestos a tal abuso.[12] Las hijas de las mujeres golpeadas muestran una creciente dificultad de escapar al abuso de una pareja en sus relaciones adultas.[13] Se ha observado que tanto los niños como las niñas aceptan varios aspectos del sistema de creencias del goleador,[14] incluyendo la visión de que las víctimas de violencia son culpables, que las mujeres exageran histéricamente cuando denuncian abuso, y que los varones son superiores a las mujeres.

Minar la autoridad de la madre: La violencia doméstica es inherente a la destrucción de la autoridad maternal porque el abuso verbal y la violencia del golpeador proporcionan un modelo de desprecio y conducta agresiva hacia su madre. El resultado predecible, confirmado por muchos estudios, es que los hijos de mujeres golpeadas presentan elevados índices de violencia y desobediencia hacia sus madres.[15] Algunas madres golpeadas informan haber sido impedidas de alzar un bebé que llora o de consolar a un niño lastimado o asustado o de brindar cualquier otro tipo de cuidado básico -físico, emocional, o aún medico. Una interferencia de esta clase puede hacer que los niños sientan que su madre no se preocupa por ellos o que no es confiable. El golpeador puede reforzar esos sentimientos condicionándolos verbalmente a través de expresiones tales como, “Tu mamá no te quiere,” o, “Mamá sólo se preocupa por ella misma.”

Tomar represalias contra la madre por sus esfuerzos para proteger a los hijos: Una madre puede ser golpeada o intimidada por sus intentos de impedir que el golpeador maltrate a los niños, o ver que él los lastima más seriamente para castigarla por haberlos defendido. Por lo tanto, puede ser forzada con el tiempo a dejar de intervenir en defensa de sus hijos. Esta dinámica puede llevar a los hijos a percibirla como despreocupada por el maltrato del golpeador hacia ellos, y puede contribuir a ser etiquetada por los servicios de protección infantil como “incapaz de proteger”.

Generar divisiones dentro de la familia: Algunos golpeadores utilizan el favoritismo para construir una relación especial con uno de los hijos en la familia. Como han señalado algunos investigadores, lo más probable es que el hijo favorecido sea varón, y que el golpeador se una a él en parte a través de alentarle un sentido de superioridad hacia las mujeres.[16] Los golpeadores también pueden crear o alimentar deliberadamente las tensiones familiares. Estas conductas manipuladoras son un factor probable en el elevado índice de conflicto entre hermanos y la violencia observada en familias expuestas a los golpes.[17]

Usar a los hijos como armas: Muchos hombres golpeadores usan a los hijos como un medio para herir o controlar a la madre[18] a través de tácticas, como destruir las pertenencias de los niños para castigar a la madre, pedirles que monitoreen e informen sobre las actividades de su madre, o amenazar con secuestrarlos o pedir su custodia si la madre intenta poner fin a la relación. Estas conductas de paternaje ponen a los niños en el medio del patrón de conducta del abusador. Después de la separación, muchos golpeadores utilizan las visitas no supervisadas como una oportunidad para abusar más de la madre a través de los hijos.[19]

Implicaciones para las decisiones sobre custodia y protección infantil

 

Las decisiones referidas a la protección infantil, custodia, y visitas, en el contexto de la violencia doméstica deben tener presente una clara conciencia de las conductas de paternaje destructivas exhibidas por muchos hombres golpeadores, y sus efectos en los niños y en sus madres. Estas conductas tienen implicaciones especialmente importantes para los niños, quienes están luchando con dos tipos de daño psicológicos: uno por la exposición a la conducta golpeadora y el otro por la separación o divorcio de sus padres. A continuación incluimos algunos elementos que deben ser especialmente examinados cuando se elaboran intervenciones para las familias:

Abordar las necesidades de reparación/cicatrización de los niños: Existe amplio consenso acerca de que la recuperación de los niños de la exposición a la violencia doméstica (y del divorcio) depende mucho de la calidad de su relación con el padre protector y con sus hermanos.[20] Por lo tanto, además de considerar la seguridad, las decisiones de la corte deberían tomar en cuenta si existe la probabilidad de que el golpeador, sobre la base de su conducta pasada y actual, continúe minando la autoridad de la madre, interfiriendo con las relaciones madre-hijos, o produzca tensiones entre los hermanos. Dado que los niños necesitan una sensación de seguridad a fin de recuperarse,[21] las decisiones de los juzgados juveniles y de familia pueden no querer incluir que los niños estén al cuidado no supervisado de un hombre cuyas tendencias violentas han presenciado, aún si sienten hacia él un fuerte lazo afectivo.

Evaluar apropiadamente, especialmente en las decisiones de custodia: Los antecedentes de conducta abusiva de un golpeador, y cómo ese abuso se refleja en su paternaje, deben ser investigados cuidadosamente, a fin de evaluar la presencia de cualquiera de los problemas descriptos más arriba y prestar particular atención a que los hijos puedan transformarse en el medio de continuar el abuso de la madre.[22] Las cortes necesitan asegurar que los evaluadores de la custodia tengan un entrenamiento intensivo en las múltiples fuentes de riesgo para los niños, que surgen de la custodia o el contacto no supervisado con el padre abusivo.

Anticipar relaciones padre-hijo seguras: Excepto en los casos en que los niños estén aterrorizados ante el padre golpeador o hayan sido directamente abusados por él, los hijos tienden a desear algún grado de contacto con sus padres. Ese contacto puede ser beneficioso siempre que se provean medidas de seguridad para la madre y los hijos y no se le dé al abusador la oportunidad de producir retrocesos en la recuperación emocional de los niños. Estos objetivos pueden anticiparse a través de arreglos de custodia que tomen muy en cuenta la violencia en el hogar causada por el padre golpeador y a través de las visitas supervisadas profesionalmente, llevadas a cabo idealmente en un centro de visitas. Cuando se llega a la conclusión de que las visitas no supervisadas son seguras, la utilización de visitas relativamente cortas que no incluyan pasar la noche puede reducir la posibilidad de que el golpeador dañe la relación madre-hijo, limite su influencia negativa sobre la conducta y el sistema de valores de los niños, y asegure que éstos se sientan a salvo y seguros –al tiempo que se les permite continuar sintiendo una conexión con su padre.


* Traducción de Susana Tesone. The batterer as a parent.

[1] Ver por ejemplo, Rossman R., Hughes. H., y Rosenberg, M.(2000). Children and interparental ciolence: The impact of exposure. Philadelphia: Brunner/Mazel.

[2] Bancroft, L. y Silverman, J. (2002). The batterer as parent: Addressing the impact of domestic violence on family dynamics. Thousand Oaks, CA: Sage.

[3] Margolin, G., John, R., Ghosh, C. y Gordis, E. (1996). Family interaction process: An essential tool for exploring abusive relationships. En D. Cahn y S. Lloyd (Eds.), Family violence from a communication perspective (pp 37-58). Thousand Oaks, CA: Sage.

[4] Lloyd, S. y Emery, B. (2000). The dark side of courtship: Physical and sexual aggression. Thousand Oaks, CA: Sage.

[5] Holden G. y Ritchie, K. (1991). Linking extreme marital discord, child rearing, and child behavior problems: Evidence from battered women. Child Development, 62, 311-327.

[6] Silverman, J. y Williamson, G. (1997). Social ecology and entitlements involved in battering by heterosexual college males: Contribution of family and peers. Violence and Victims, 12(2), 147-164.

[7] Adams, D. (1991). Empathy and entitlement: A comparison of battering and nonbattering husbands. Un published doctoral dissertation. (Available from Emerge, 2380 Massachussetts Ave., Cambridge, MA, 02140.); Lloyd y Emery, op. cit..

[8] E.G. Straus, M. (1990). Ordinary violence, child abuse, and wife-beating: What do they have in common) In M. Straus y R. Gelles (Eds.), Physical Violence in American Families (pp. 403.424). New Brunswick: Transition: Suh, E., y Abel, E.M. (1990). The impact of spousal violence on the children of the abused. Journal of Independent Social Work, 4(4), 27-34; y varios otros estudios.

[9] E.G. McCloskey, L.AA., Figueredo, A.J., y Koss, M. (1995). The effect of systemic family violence on children’s mental health. Child Development, 66, 1239-1261; Pavezza, G. (1988). Risk factors in father-daughter child sexual abuse. Journal of Interpersonal Violence, 3(3), 290-306; y varios otros estudios.

[10] American Psychological Association Presidential Task Force on Violence and the Family (1996). Violence and the family. Washington, DC: American Psychological Association.

[11] Hotaling, G., y Sugarman, D. (1986). An analysis of risk markers in husband to wife violence: The current state of knowledge. Violence and Victims, 1(2), 101-124; Silvermand y Williamson, op. cit..

[12] Silverman y Williamson, op. cit..

[13] Doyne, S., Bowermaster, J., Meloy, R., Dutton, D., Jaffe, P., Temko, S. y Mones, P. (1999). Custody disputes involving domestic violence: Making children’s needs a priority. Juvenile and Family Court Journal, 50(2), 1-12; Hotaling y Sugarman, op. cit..

[14] Hurley, D.J., y Jaffe, P. (1990). Children’s observations of violence: II. Clinical implications for children’s mental health professionals. Canadian Journal of Psychiatry, 35(6), 471-476.

[15] Jaffe, P., y Geffner, R. (1998). Child custody disputes and domestic violence: Critical issues for mental health, social service, and legal proffessionals. In G. Holden, R. Geffner, y E. Jouriles, (Eds.), Children exposed to marital violence: Theory, research, and applied issues (pp. 371-408). Washington, DC: American Psychological Association; Dutton, M.A. (1992). Empowering and healing the battered woman. New York: Springer.

[16] Ver por ejemplo Johnston, J., y Campbell, L. (1993b). Parent-child relationships in domestic violence families disputing custody. Family and Conciliation Courts Review, 31(3), 282-298. (Johnston y Campbell parecen minimizar las implicaciones de muchas de sus propias observaciones – ver Bancroft y Silverman, op. Cit., para una discusión más profunda).

[17] Hourley y Jaffe, op. cit.

[18] Erickson, J., y Henderson, A. (1998). Diverging realities: Abused women and their children. En J. Campbell (Ed.), Empowering survivors of abuse: Health care for battered women and their children (pp. 138-155). Thousand Oaks, CA: Sage.

[19] Bancroft y Silverman, op. cit.

[20] Ver una reseña de estudios en Heller, S., Larrieu, J., D’Imperio, R., y Boris, N. (1998). Research on resilience to child maltreatment: Empirical considerations. Child Abuse and Neglect, 23(4) 321-338.

[21] Van der Kolk, B., y McFarlane, A. (1996. The black hole of trauma. En B. van der Kolk, A. McFarlane y L. Weisaeth (Eds.), Traumatic stress: The effects of overwhelming experience on mind, body, and society (pp. 3-23). New York: Guilford.

[22] Para una guía de evaluación detallada, ver Capítulo 7 de Bancroft & Silverman, op. Cit.